jueves, 24 de abril de 2014

La reforma de los campeonatos del fútbol argentino

Una vez más se habla de una reforma en la estructura de los campeonatos del fútbol argentino. Se implementaría a partir del año que viene. Yo sueño con esto desde hace mucho tiempo: un solo campeonato anual, que coincida con el año calendario, es decir, que se juegue de marzo a diciembre y consagre un solo campeón.

En general, muchos pedimos que se vuelva a la estructura de antaño, que es la que siguen usando las principales ligas del mundo (20 equipos, todos contra todos en dos ruedas). Grondona, por su parte, está empeñado en aumentar el número de equipos de la primera división. En cierta medida, le doy la derecha: el fútbol argentino está históricamente -igual que el país- muy centralizado. Aumentando el número de equipos se puede contribuir a federalizarlo sin perjudicar de manera injusta a equipos de la Capital y el Conurbano.

En ese caso, yo propondría 32 equipos. Dos zonas de 16, en la que jueguen todos contra todos en dos ruedas. Así serían 30 fechas, a las que se agregarían otras dos de "clásicos interzonales". Esto es: River estaría en una zona y Boca en la otra, Gimnasia en una y Estudiantes en la otra, Newell's en una y Central en la otra, etc., y en dos jornadas "fuera de programa" se enfrentarían todos estos equipos entre sí. El que terminara primero en cada zona jugaría una semifinal contra el segundo de la otra, y luego una gran final en un partido único en cancha neutral.

Como serían menos partidos que en la actualidad (casi todos jugarían 32 partidos, salvo dos que jugarían 34 y otros dos, los finalistas, 35, en lugar de las 38 jornadas actuales), se podrían usar algunos fines de semana para la Copa Argentina (que se jugara toda una ronda en el mismo fin de semana, como hacen en Inglaterra) y de esa manera darle un verdadero impulso.

O algo así.

Que se vuelva al año calendario me parece muy bueno. Que se mantengan los descensos por promedio, muy malo. Y si se decide, como dicen algunos diarios, que jueguen 30 equipos todos contra todos pero a solo una rueda, ya sería un verdadero mamarracho.

miércoles, 23 de abril de 2014

Los libros que más me gustaron en los últimos años

Hoy se celebra (es un decir) el Día del Libro. Hace exactos 5 años publiqué en otro blog un listado de mis libros, los que entonces consideraba mis libros. Empecé proponiéndome que fueran 23, para vincularlo con la fecha, pero el listado se me fue de las manos y acabaron siendo bastantes más.

Desde hace tiempo, el blog de Eterna Cadencia publica periódicamente los "imprescindibles" de distintos autores. Llevan decenas o cientos, no lo sé. Todas esas listas son, por definición, caprichosas, antojadizas. Suelo preguntarme qué respondería yo si me pidieran algo así.

Lo que se me ocurrió ahora fue hacer un decálogo de libros que leí en los últimos años y me gustaron muchísimo. Como no podía ser de otro modo, me excedí y fueron más de diez. Sólo unos pocos son recientes, algunos son muy antiguos, pero yo los leí recién en estos tiempos. No sé si son imprescindibles, porque no sé cuál es la definición exacta de imprescindibles al hablar de libros. Lo que sé es que los mejores libros son aquellos que te cambian la forma de ver algunas cosas y, por lo tanto, te cambian la vida.

La condición, no incluir autores que figurasen en aquella lista de 2009. Este es el resultado:

El mundo sin nosotros, de Alan Weisman

Ayudar a morir, de Iona Heath

El gran cuaderno, de Agota Kristof

Locura circular, de Martín Lombardo

84, Charing Cross Road, de Helene Hanff

Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla

Bounce: The Myth of Talent and the Power of Practice, de Matthew Syed

Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut

Postales de invierno, de Ann Beattie

La transmigración de los cuerpos, de Yuri Herrera

El limonero real, de Juan José Saer

El traductor, de Salvador Benesdra

Nocilla Project, de Agustín Fernández Mallo

Fever Pitch, de Nick Hornby

Una mujer en Berlín, de autora anónima

Montevideo, de Federico Jeanmaire

Literatura de izquierda, de Damián Tabarovsky

martes, 22 de abril de 2014

Una bici

Ayer puse en venta mi bicicleta. La compré hace un año y medio, en septiembre de 2012. La usé bastante. Ahora me da nostalgia venderla, pero así es la vida.

La compré a través de una web de venta de cosas usadas. La tuve que ir a buscar a Aluche. Volví andando desde allí: llevaba años sin hacer un recorrido tan largo en bicicleta.

Estas son las fotos con las que anuncio su venta:




Hace un par de semanas, un domingo, salí a andar sin rumbo y terminé en San Sebastián de los Reyes. 18,4 kilómetros, según Google Maps. Fui y volví, claro.

Me recordó una aventura de cuando tenía justo la mitad de los años que cuento ahora. Me fui en bici desde mi casa de Florencio Varela hasta la de mi tía, en San Fernando, en la otra punta del Conurbano. 60 kilómetros, según Google Maps. En aquel caso, fui un día y volví (también en la bici, claro) al siguiente. Mi mamá se enojó conmigo. Me cagó a pedos.

lunes, 21 de abril de 2014

Apuntes sobre la Primera Guerra Mundial (1)

Soy un tipo pacífico y pacifista. Sin embargo, me atrae y me interesa mucho la historia de las guerras. Me parece que la humanidad -lo que hoy en día entendemos por humanidad- se construyó a fuerza de guerras, y que nosotros vivimos en la primera época en que los hombres y las mujeres no tenemos que estar permanentemente preparados para ir a guerrear. Un auténtico privilegio.

Pronto se cumplirá un siglo del inicio de la Primera Guerra Mundial, llamada en su momento la Gran Guerra. Esta conflagración fue eclipsada por su triste hermana mayor, la Segunda Guerra, y en el imaginario de nuestro tiempo aparece como un conflicto menor. Lo fue, de hecho, pero eso no quiere decir que no haya sido terrible.

Acicateado por el centenario, me propuse leer algún libro sobre aquella tragedia. Así di con Todo lo que debe saber sobre la Primera Guerra Mundial, una especie de manual muy completo y ameno cuyo autor es Jesús Hernández. No fue escrito para aprovechar precisamente la cuestión del aniversario redondo, sino que fue publicado en 2007. Transcribiré en este y futuros posts algunos pasajes que me parecen especialmente esclarecedores.

Esta guerra no tenía nada que ver con las anteriores; los hombres se encontraban ahora agazapados en trincheras, sin comprender cómo habían llegado hasta allí y sin albergar demasiadas esperanzas de lograr una rápida victoria, tal y como se les había prometido. (p. 55)

Los atacantes resultaban siempre perdedores en su duelo con defensores pertrechados con armas tan efectivas como la ametralladora. El frente occidental se mostró inamovible. (p. 64)

Quizás para evitar la posibilidad de confraternización entre los combatientes, como en la Navidad de 1914, los oficiales no veían con buenos ojos que se acordasen treguas para recoger a los muertos que se encontraban en tierra de nadie. Los cuerpos se pudrían a la intemperie, despidiendo un hedor insoportable. Las ratas y los insectos se encargarían de transportar a las trincheras los agentes patógenos, que encontrarían en los soldados el hábitat ideal para establecerse y proliferar. (p. 95)

Pese a su eficacia relativa, el gas venenoso contribuyó a hacer de los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial el paisaje más apocalíptico que quepa imaginar. Hoy resulta casi imposible concebir un lugar tan impregnado de muerte y destrucción, pero la realidad es que en aquellas trincheras pasaron días, meses y años, millones de hombres como nosotros, sometidos a unas pruebas a las que difícilmente podríamos enfrentarnos con el espíritu de resistencia y abnegación que ellos demostraron. (p. 102)

El símil empleado por los contrarios a continuar la guerra era el de una Europa convertida en una gigantesca máquina de picar carne, aunque no eran conscientes de que en 1916 esta metáfora se convertiría en una descripción literal. En enero de ese año comenzó una batalla, la de Verdún, en la que la brutal acción de la artillería, de una intensidad nunca vista hasta entonces, dejaría sembrado el campo de batalla de una pulpa en la que era difícil distinguir los cadáveres de ambos contendientes, e incluso estos de los restos de caballos, perros o ratas que también habían resultado destrozados por el estallido de los proyectiles. (p. 104)

domingo, 20 de abril de 2014

Lo que no se puede decir de otra forma

Ayer conocí la existencia del concepto alemán llamado Sehnsucht. La Wikipedia explica que

es una palabra alemana típica de la cultura romántica y que no tendría traducción exacta al castellano. Indica anhelo hacia alguna cosa intangible. Podría recordar al concepto de nostalgia, pero mientras la nostalgia es un deseo de reapropiarse el pasado, a menudo ligado a objetos precisos, el término Sehnsucht indica la búsqueda de alguna cosa indefinida en el futuro.

Me recordó a la canción de Joaquín Sabina que afirma que "no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió".

La Wikipedia explica también que se deriva de las palabras Sehnen, "deseo ardiente", y Sucht, "adicción" o "búsqueda". Es decir, el Sehnsucht es la búsqueda del deseo, o el deseo del deseo.

Y propone ver también los artículos dedicados a la saudade portuguesa y la morriña gallega, otras palabras relacionadas con la melancolía pero que no tienen una traducción exacta en el idioma castellano.

En internet hay numerosos listados de palabras que no tienen traducción al castellano o a casi ningún otro idioma. Se pueden ver algunas aquí, aquí, aquí, aquí y aquí.

Quizá la más bonita es Mamihlapinatapai, palabra usada por los yaganes, indígenas de Tierra del Fuego, que alude a "la mirada cargada de significado que comparten dos personas que desean iniciar algo, pero que son reacias a dar el primer paso para comenzar". Fue incluida en el Libro Guinness de los Récords como "la palabra más concisa del mundo".

El nombre de la tribu yagán, por cierto, se corresponde con lo que ellos respondían cuando los conquistadores les hablaban. Ellos respondían yagán, que en su lengua significa "no entiendo lo que usted me dice". Se parece al origen de la palabra bárbaro, que es como los griegos llamaban a los extranjeros, porque percibían que hablaban emitiendo sonidos que a ellos les sonaban como "bar-bar-bar". (Este dato me lo aportó Leopoldo Brizuela en una entrevista hace ya más de diez años.)

Es famoso que los esquimales tienen más de 50 palabras para referirse a la nieve. Menos conocido es el dato del que me enteré hace poco: que los gallegos -qué bien que me caen los gallegos- tienen más de 70 palabras para denominar a la lluvia. Lo cuenta Martina Bastos en un excelente (y premiado) artículo, publicado en la revista Etiqueta Negra.