lunes, 21 de abril de 2014

Apuntes sobre la Primera Guerra Mundial (1)

Soy un tipo pacífico y pacifista. Sin embargo, me atrae y me interesa mucho la historia de las guerras. Me parece que la humanidad -lo que hoy en día entendemos por humanidad- se construyó a fuerza de guerras, y que nosotros vivimos en la primera época en que los hombres y las mujeres no tenemos que estar permanentemente preparados para ir a guerrear. Un auténtico privilegio.

Pronto se cumplirá un siglo del inicio de la Primera Guerra Mundial, llamada en su momento la Gran Guerra. Esta conflagración fue eclipsada por su triste hermana mayor, la Segunda Guerra, y en el imaginario de nuestro tiempo aparece como un conflicto menor. Lo fue, de hecho, pero eso no quiere decir que no haya sido terrible.

Acicateado por el centenario, me propuse leer algún libro sobre aquella tragedia. Así di con Todo lo que debe saber sobre la Primera Guerra Mundial, una especie de manual muy completo y ameno cuyo autor es Jesús Hernández. No fue escrito para aprovechar precisamente la cuestión del aniversario redondo, sino que fue publicado en 2007. Transcribiré en este y futuros posts algunos pasajes que me parecen especialmente esclarecedores.

Esta guerra no tenía nada que ver con las anteriores; los hombres se encontraban ahora agazapados en trincheras, sin comprender cómo habían llegado hasta allí y sin albergar demasiadas esperanzas de lograr una rápida victoria, tal y como se les había prometido. (p. 55)

Los atacantes resultaban siempre perdedores en su duelo con defensores pertrechados con armas tan efectivas como la ametralladora. El frente occidental se mostró inamovible. (p. 64)

Quizás para evitar la posibilidad de confraternización entre los combatientes, como en la Navidad de 1914, los oficiales no veían con buenos ojos que se acordasen treguas para recoger a los muertos que se encontraban en tierra de nadie. Los cuerpos se pudrían a la intemperie, despidiendo un hedor insoportable. Las ratas y los insectos se encargarían de transportar a las trincheras los agentes patógenos, que encontrarían en los soldados el hábitat ideal para establecerse y proliferar. (p. 95)

Pese a su eficacia relativa, el gas venenoso contribuyó a hacer de los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial el paisaje más apocalíptico que quepa imaginar. Hoy resulta casi imposible concebir un lugar tan impregnado de muerte y destrucción, pero la realidad es que en aquellas trincheras pasaron días, meses y años, millones de hombres como nosotros, sometidos a unas pruebas a las que difícilmente podríamos enfrentarnos con el espíritu de resistencia y abnegación que ellos demostraron. (p. 102)

El símil empleado por los contrarios a continuar la guerra era el de una Europa convertida en una gigantesca máquina de picar carne, aunque no eran conscientes de que en 1916 esta metáfora se convertiría en una descripción literal. En enero de ese año comenzó una batalla, la de Verdún, en la que la brutal acción de la artillería, de una intensidad nunca vista hasta entonces, dejaría sembrado el campo de batalla de una pulpa en la que era difícil distinguir los cadáveres de ambos contendientes, e incluso estos de los restos de caballos, perros o ratas que también habían resultado destrozados por el estallido de los proyectiles. (p. 104)

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